jueves, 25 de marzo de 2010

Kafka: El Agrimensor K (1)

Franz Kafka inicia el capítulo Primero de su novela “el Castillo”, presentando a su personaje central, el Agrimensor K, ante una orografía imprecisa, que le habrá de servir para introducirlo en las articulaciones objetivas y extrañas de una metáfora metafísica, que unifique realidad y la duda de lo real fuera de los sentidos. Franz Kafka definirá su estilo literario sobre la descripción de la extrañeza del Agrimensor K y el mundo social, que va pareciendo sorpresivamente. Todo cuando le llega es inesperado y desconcertante. Como si estuviera en un escenario, donde aparecen personajes inmotivados al tema principal de la acción dramática. El Agrimensor K capta la presencia del Otro como un suceso incausado. Su percepción de la realidad de los demás se desenfoca en la racionalidad, que le exige las circunstancias taxativas del asombro. Las motivaciones de sus deseos se pierden en las deformaciones de los objetos, las personas y las circunstancias. Parece haber una sobredeterminación maquinal que establece acciones simbólicas, que conllevan el caos testimonial de la indefensión del individuo ante las manifestaciones de presencias insistentemente ausentes e incoherentes. Hay un inconsciente colectivo que se inhibe ante actos individuales que se no se ajustan a los indicadores del significado humano-racional de la existencia. El sentido de lo buscado se emboca en lo irracional. La acción de un Dios en el mundo se hunde en la arbitrariedad. Los personajes kafkianos están en un espacio que se recorre sin encontrar la motivación. Al igual que el clown que anda tropezando y excusándose con los espectadores, los individuos kafkianos están en la complicidad imaginaria del orden insinuado. La risa de lo absurdo expresa la incapacidad del individuo para llegar al ajuste del deseo y lo real. Franz Kafka deforma la realidad del mundo al llegar a una trama establecida sobre las imágenes de un espejo convexo. Las imágenes se abalanzan sobre el lector, pequeñas y curvas. El lector y los personajes se corresponden a las simetrías de un desorden intencional, siempre oculto y siempre insinuante. La paradoja de la espera sin esperanza. El destino se oculta en los individuos-personajes que se amontonan en habitaciones extremadamente estrechas y oscuras. Allí se habla de los señores del Castillo. Al igual que los murmuradores de las favelas hablan de la fuga a las ciudades industriales para esconderse por millones en la oscuridad de los guetos innominados. El Agrimensor K habla de su llamada por los señores del Castillo. Pero sólo recibe evasivas y gesto de miedo de sus interlocutores. K es un individuo perdido en una sociedad que oculta la verdad. La inanidad lo envuelve en el histrionismo de la gente perdida en la desesperanza. El ser abandonado espera la señal luminosa de la justicia. El poder nuca está en lo imaginario. Se esconde y reaparece seriado y oculto en los asilos de los señores del Castillo. Los individuos están dentro de un existir que se deshace fuera de ellos mismos. En un juego de azar de vivir esperando. Las intenciones de los señores nunca están claramente manifiestas. Están en la circularidad degradante del tiempo. En su repetición incausal. Una combinación de circunstancias aleatorias que hacen de lo humano la oculta resignación.
Los servidores del Castillo están en la espera del Agrimensor K. Los gestos de decepción no le impiden continuar. Las clases sociales abandonadas están presentes en la historia por la continuidad de su explotación económica. La ideología del ocultamiento del mal conlleva la arbitrariedad del silencio y el desamparo. El Agrimensor K siempre está en el escenario de un destino que no encuentra realidad, que sustantive el significado de su existencia. No encuentra el Ser que lo concrete. Su situación es la búsqueda incesante ante la degradación en la perspectiva del poder ajeno.
Para el Agrimensor K, la vaciedad de lo existente se vuelve incoherente al establecer una relación de contigüidad entre realidad y absurdo. Hay una intencionalidad oculta en lo vivido, que desajusta las conclusiones lógicas de deseo y la realidad. Estos desajustes introducen el malestar angustioso en la conciencia desconcertada del Agrimensor K. Su pretensión de atribuirle coherencia a sus actos le llevará a soportar un mundo que se hace sin finalidad. Actos y palabras del Agrimensor K que se desajustan en los rituales de sobrevivir dentro de la incoherencia. Sus palabras se desgajan en fragmentos inaudibles y actos que se multiplican sin finalismo. Las palabras introducen la culpa de los deseos sin realidad. Los imaginarios frustrados de las construcciones del lenguaje introducen los impulsos constructores del monólogo interior. Los rollos de fragmentos, rutinarios y justificadores de una arqueología que se desplaza en la ambigüedad de la irrealidad del tiempo. El sinsentido de la conciencia ante el compromiso. El Agrimensor K habrá de insistir, en actos y explicaciones, que le deben dar conformidad a la llamada recibida por los señores del Castillo. Su unidad individual anexa deseos en los delirios del absurdo. El agrimensor K se hallará ante una realidad vacía de sentido. K no recibe la esperanza ante la presencia material del Castillo. Su historia comienza en la imposibilidad de ver la realidad. No hay una situación de claridad precisa en el acto de mirar y encontrar el Castillo. Querer ver el objeto de la esperanza le lleva a aguardar una visión que lo emancipe de la exterioridad. La experiencia de haber vivido le constata lo imaginario de la realidad. La pasión se instituye en un querer ver fuera de la ceguera del simbolismo. Descender, a la realidad de la niebla y la noche, implica penetrar por detrás de los símbolos. El Agrimensor K establece su deseo en una correlación de acontecimientos que nunca lo llevan a concretar su pertenencia al dominio del Castillo. Los sucesos se precipitan sobre él en las conductas inconsecuentes de personajes perdidos en la niebla de la ingenuidad. Franz Kafka llevará después al Agrimensor K al Castillo. Se encontrará ante la divergencia del deseo y lo real.
”En suma, todo lo que veía desde lejos, el castillo respondía a lo imaginado. No era ni un viejo castillo feudal ni un palacio de fecha reciente, sino una vasta construcción de algunos edificios de dos pisos y un gran número de casitas prensadas las unas a las otras; si no se supiera que era un castillo, se habría podido pensar que era una aldea. K no vio nada más que una torre, y no pudo discernir si ésta formaba parte de una vivienda o de una iglesia. Bandas de cornejas describían círculos en torno a ella.” La intensidad máxima del deseo no tiene más límite que su decepción.
La paradoja de Franz Kafka (1883-1924) es llevar la época mitológica de la cultura aristocrática de Luis II de Baviera (1845-1886), al absurdo de una aldea. La mente política de Franz Kafka habría de implicar la acción imaginaria de la política internacional de Luis II de Baviera con respecto al imperialismo bismarckiano y el nacionalismo independentista de Bohemia. Los actos de la demencia neorromántica de Luis II y la voluntad bismarckiana de constituir un imperio alemán sobre la cultura de la aristocracia prusiana. Los nacionalistas del imperio Austro-Húngaro observan que los actos políticos de Luis II de Baviera eran contradictorios: el apoyo militar a Austria en la Guerra Austro-prusiana (1866), su alianza a Prusia en la Guerra Franco-prusiana (1870-1871). Al final la incorporación de Baviera al II Imperio Alemán y la zona geográfica del nacionalismo de Bohemia. El agrupamiento del poder del Estado prusiano conmocionó la época de Franz Kafka y se acercó al absurdo de la pasión política. La sociología del poder militar y económico del sistema bismarckiano implicaba el predominio de los terratenientes prusianos y la subordinación de la burguesía a este poder desde 1848. Una minoría dominante, proveniente de un modo de producción medieval, controlaba los aparatos institucionales del Estado. Se abría un desfase en la estructura política institucional con respecto a la estructura económica. Las relaciones sociales estaban temporalmente desfasadas de la producción capitalista y del poder de un Estado medieval. Los desarrollos desiguales políticos y económicos del Imperio Austro-Húngaro y del II imperio alemán inevitablemente llevarían a la I Guerra Mundial. Franz Kafka que muere unos años después descubriendo a los Señores y a las ruinas del Castillo de II Imperio alemán.
La fábula kafkiana del Castillo y de los señores de la aldea implicaba el conocimiento del desfase de las aristocracias absolutistas, su envejecimiento y degradación, el finalismo militar del modo de producción feudal, y el auge del modo de producción monopolista capitalista.
La paradoja del absurdo kafkiano del Agrimensor K es intencional y revolucionaria al argumentar sobre la aportación anacrónica de Luis II, gran mecenas del arte y de Richard Wagner, la construcción de diversos castillos. En particular, el Castillo de Neuschwastein, palacio real construido en Baviera por Luis II. Inspirado en las leyendas mitológicas. En un estilo románico medieval, sus espacios escenifican las óperas de Richard Wagner. Lohengrin dio lugar a la gran cámara y el salón del trono de estilo bizantino, con su techo abovedado, decorado con estrellas. Tannhäuser, se dispuso un jardín de invierno y una cueva de estalactitas. El salón de música situado en el cuarto piso estaba dedicado a Parsifal. Aunque la vuelta del pasado mítico deviene en la enfermedad mental de Luis II, su poder de hacer reconstruye lo imaginario en la sintomatología de la enfermedad. Franz Kafka lleva al Agrimensor K, en una crítica nihilista por la inutilidad del retorno de una minoría aristocrática. No era ni un viejo castillo feudal ni un palacio de fecha reciente, sino una vasta construcción de algunos edificios de dos pisos y un gran número de casitas prensadas las unas a las otras; si no se supiera que era un castillo, se habría podido pensar que era una aldea. El Agrimensor K no vio nada más que una torre, y no pudo discernir si ésta formaba parte de una vivienda o de una iglesia. Bandas de cornejas describían círculos en torno a ella. La conciencia lúcida de Franz Kafka une la decadencia de la aristocracia a las ruinas arqueológicas de su destino. Franz Kafka testimonia la desaparición de una época histórica. La búsqueda pragmática de la dependencia, del Agrimensor K, con respecto a la autoridad de los señores del Castillo, es la experiencia individual de la desesperación lúcida en la historia. El Agrimensor K persevera en el finalismo imperativo de ser servidor de los señores del Castillo, pues su realidad social es la dependencia. Se ha propuesto servir a los Señores del Castillo para existir verdaderamente. Quiere convenir los términos de su hacer de agrimensor con la dependencia de la voluntad ajena. Estar en la voluntad de Otro que le asegura la suya. En una época de persistente persecución de las minorías étnicas y lo desplazamientos emigratorios de los pequeños artesanos, el Agrimensor K se propone penetrar en las relaciones de dependencia del Conde del Castillo. Los movimientos históricos de fuga de la realidad buscan la protección de un Señor, que elimine la inseguridad. La historia de la supervivencia depende de una voluntad extraña.
K quiere ser legitimado en unas relaciones contractuales que lo vinculen a la seguridad dominante de los señores del Castillo. El Agrimensor K está en las nuevas relaciones económicas del siglo XX. Éstas imponen la vinculación del “hombre desnudo” a los modelos de propiedad jurídica de los medios de producción y de subsistencia. Las masas sociales venden la posesión de su fuerza de trabajo a los poseedores de dinero y a sus posiciones dominantes de poder político. Los medios de producción y subsistencia pertenecen a las clases sociales política y jurídicamente hegemónicas. Las masas urbanas se incluyen en el crecimiento de la concentración de capital industrial y financiero y en la producción del excedente económico de las ganancias. El individuo aislado necesita el fetiche de la seguridad de los poseedores. El fetichismo de la sustitución de las cosas por hombres. El mercado de mercancías convierte las relaciones humanas en relaciones de dinero, que realiza el coste de producción y la ganancia obtenidas por las cantidades de trabajo no pagadas en la reproducción y revalorización del capital anual. La circulación del dinero no crea el valor, pero si la realización del mismo en dinero.
Cuando el Agrimensor K llega al Castillo y a la aldea del siglo XIX, aún el Estado medieval de casta, rango y rentas agrarias, rige la miseria de millones de campesinos. Franz Kafka traslada al Agrimensor K a una situación ahistórica medieval. Lo lleva a la Aldea medieval. Al vasallaje del miedo. Es un alejamiento del hombre desnudo capitalista al hombre del miedo medieval. El Agrimensor K entrará en la escenificación de las dependencias primarias del vasallaje. Se entrelazan las dificultades existenciales del Agrimensor K y el absurdo anacrónico de los mandatos de la burocracia del Castillo. La insistencia de K es pertenecer a Otro. K no se incluye en el absurdo de la casta y lo sagrado. Sólo quiere confirmar su contratación por los señores del Castillo. Los contrasentidos de sus actuaciones, ante el poder feudal, no integran su dependencia en enlaces jurídicos de hombre-salario. El absurdo kafkiano radica en la traslación paradójica de una conciencia actual a una situación histórica de un ser inactual. La opresión de la conciencia desgraciada de K proviene de la falta de coherencia con la realidad de sí mismo y lo fantasmagórico de las situaciones medievales de los sirvientes del Castillo. Quiere llegar a alguien con autoridad, que ratifique su contratación como agrimensor. Pero ese alguien nunca aparece y es suplido por mensajeros, alcaldes, burócratas, camareras, posaderas, que confirman sumisión a las llamadas de los señores del Castillo. K comprende mal que su razón de existir no exige la presencia del señor del Castillo. La pasión y la coherencia de sus actos se vuelven inútiles. Las propuestas del Agrimensor K no son oídas ni entendidas. Se vuelven absurdas ante la docilidad fatalista de los intérpretes de la historia del Castillo.
Para comprender la situación psíquica y social del Agrimensor K es necesario introducir el concepto de la estructura-pánico. La estructura-pánico la describe Kafka en el funcionamiento de la burocracia del Castillo. El Agrimensor K asiste a los contrasentidos burocráticos de la anulación de su contratación laboral. Todo individuo está dentro de la estructura- pánicos de lo inerte en algunos momentos de su vida. La inmovilidad de un ser que descubre su posición de dependencia en la mirada de un poder que no te ve. Es lo inerte absoluto de la nada psíquica y lo inerte de las relaciones inhumanas. Todo comienza cuando el Agrimensor K se entrevista con el alcalde de la aldea:
El Agrimensor K hasta ahora no tenía nunca que defender nada más que objetos invisibles y lejanos en nombre de señores también lejanos e invisibles. Estaba sometido a un orden que él ignoraba. Sólo hay una pregunta: ¿Y qué era su vida fuera de la vida del Castillo? Su existencia se había convertido en servicio y su servicio en existencia. “El alcalde, un hombre gordo, amable y afeitado, estaba enfermo; tenía un grave acceso de gota y recibió a K en la cama.
-He aquí a nuestro agrimensor, dijo e intentó incorporarse para saludar; pero no logró conseguirlo y se volvió a echar sobre lo almohadones mostrando las piernas como excusa. (…)
“Usted está contratado como agrimensor, pero no necesitamos ningún agrimensor. No habrá para usted el menor trabajo
“Pero cómo el posible- gritó K. No hice este interminable viaje para ser despedido ahora.”
“Puedo explicar cómo se ha producido este imperdonable error. En una Administración tan vasta como la administración condal, puede suceder por casualidad, que una oficina decide esto y la otra aquello, ellas se ignoran entre sí, el control superior es uno de los más exactos y es así como puede producirse a veces una pequeña confusión. (…) Mizzi, mira, por favor en el armario, en el armario, quizás encuentres allí el decreto. (…) La mujer abrió de inmediato el armario. K y el alcalde miraron. Cuando el armario se abrió cayeron al suelo gruesos legajos, enrollados como haces; eran expedientes especiales, la mujer asustada se echó a un lado de un salto.
-Tal vez abajo, abajo, gritó el alcalde.
- Dócilmente la mujer hundió los brazos en los papeles, sacando los documentos a fin de llegar a los de abajo. Los documentos cubrían la mitad de la habitación. (…)
- Debes buscar un papel sobre la palabra agrimensor que esté subrayada en color azul. (…)
El silencio lo inundó todo, sólo se huía el crujido de los papeles, el alcalde incluso parecía dormitar un poco. Se escucharon unos débiles golpecitos que hicieron volverse a K hacia la puerta. Eran los ayudantes naturalmente.(…) Los ayudantes se lanzaron sobre los papeles, pero los manoteaban más que examinaban.(…)
-Nada se hace aquí irreflexiblemente- repuso el alcalde.
-¡Nada!- dijo K. Pero entonces…¿ y mi convocatoria?. (…)
- Nosotros respondimos a ese decreto dando las agracias y comunicando que no necesitábamos ningún agrimensor. Pero esa respuesta no parece haber vuelto a la oficina A, sino por error a la oficina B. (…)
-Solo digo que me divierte- dijo K-, porque me ofrece el resumen de la ridícula confusión que puede, en determinadas circunstancias, decidir la vida de un hombre. Hay legajos que se refieren a una petición y posterior su negación.
Pero el testimonio del contrato, la prueba de su petición no aparece. La realidad está escondida. La irrealidad solapa la obligación que se ha adquirido con el agrimensor. K busca la prueba, que se confirme su contratación por el señor del Castillo. Pero tanto los aldeanos como los señores del Castillo están fuera del siglo XX. La producción medieval del siglo XX está unida a un hombre aislado y anónimo. La dependencia social de los señores medievales se ha sustituido por la dependencia del equivalente universal del dinero. La voluntad de los señores del castillo está desapareciendo en el período histórico kafkiano. El absurdo de las relaciones imaginarias medievales causará en K una psicosis de carencia de finalidad trascendente. La vaciedad de su identidad personal le hará un ser imaginario en un mundo de irracionalimo burocrático. K va perdiendo la coherencia de sí mismo, intentando establecer lazos de dependencia con el Castillo. La llamada que ha recibido de los señores del Castillo se convierte en un tránsito por los pasajes residuales de las masas de campesinos abandonados del siglo XX. La aldea kafkiana es un asilo, en el que se refugia lo sagrado de las conciencias vigiladas por los burócratas de un Estado de castas de señores y siervos en la estructura del pánico de lo sagrado.

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